Es alucinante como se repiten una y otra vez los ciclos de
la vida. De adultos y mayores, vemos repetirse nuestras actitudes y
comportamientos juveniles en la vida de nuestros hijos. Seguramente con la
misma impotencia con que nuestros padres veían nuestras tendencias y ninguna
retahíla era capaz de hacernos cambiar de manera de pensar. Hay que recordar
que uno entre los 20 y los 40 se las sabe todas, el mundo está a su disposición
y todo lo que no se alinee con lo que uno piensa, es cantaleta de papás. Por
fortuna también van creciendo, y se van haciendo mayores, reconocerán en sus
hijos sus antiguas prácticas y así va avanzando el curso generacional.
Siempre he querido poder vivir la vida al revés: nacer
ancianos y morir bebés. No aprenderíamos nada, no creceríamos espiritualmente,
no nos haríamos mejores, pero para qué? Seríamos felices porque tomaríamos
buenas decisiones, evitaríamos riesgos innecesarios, apreciaríamos lo
verdaderamente valioso, no necesitaríamos consejos, cuidaríamos mejor lo que
vale la pena conservar, no sufriríamos de arrepentimiento ni nos dolería la conciencia.... pero es claro que tocó vivirla como nos la
diseñó quien todo lo sabe y seguiremos sintiendo la impotencia de no poder
cambiar algo que vivimos mal.
Si venimos de nuevo al planeta, creo que voy a elegir
encarnar en un pájaro grande. Con libertad para volar, conocer el mundo desde
otra dimensión, no temer a la escasez, la carencia, la enfermedad. Vivir el día
y gozar de su generosidad. Apreciar la exuberancia de lo natural y el prodigio
del universo. Vivir y manifestar los instintos naturalmente y partir con
facilidad de donde no se desea permanecer. Poder volar sin rumbo y asombrarse
de lo desconocido. Alimentarse de la naturaleza y no del ego, desprendida de la
vanidad y el oropel. Poder cantar sin restricciones sociales ni criterios de
afinación y tonos. Y finalmente, cuando llega la noche, activar los mecanismos
naturales de sueño y temperatura y sin necesidad de abrigo ni previsiones,
entregarse al descanso liberador y amanecer maravillada con la disputa ajena
del sol y las estrellas por el control del firmamento.