Sobre la pandemia del Covid-19
Si en marzo me hubieran dicho que el modo pandemia se extendería hasta
el 2021, con seguridad me habría reído del "chiste" sin darle la
menor importancia. Pero la realidad que nos ha tocado vivir, si es que esto fue
vivir, nos fue entregada en cuotas, en pedacitos, como cuando te dicen que el
vuelo está retrasado una hora y la misma información la repiten cada 59
minutos.
Pero sí, aquí estamos ya en diciembre, con instrucciones de aislamiento
selectivo, toque de queda en las fechas especiales y aumento de los casos del
coronavirus en la ciudad. Y a la par con esas desalentadoras indicaciones he
recibido hoy no menos de 20 postales virtuales que me desean una feliz navidad.
Bueno, no hay un plan B ya que los que teníamos en mente no se van a poder
realizar y aun así pienso que debo tener una feliz navidad para al menos,
complacer a quienes tan gentilmente me la han deseado y pronosticado justo en
el primer sol de diciembre. Así que, ¡a reflexionar! me dije y el resultado lo
comparto hoy con ustedes.
Esta experiencia nueva que vivimos, tan restrictiva para la vida
habitual, para las costumbres y las tareas que eran de rutina, tan difícil de
entender, presentada en diferentes idiomas y en letras borrosas y tornadizas, con
tantas inconsistencias y contradicciones, dolorosa en ocasiones, triste en las
más, ha venido a rediseñarnos la vida; a enseñarnos qué es lo importante, lo
imprescindible, lo superfluo y lo innecesario. Poco a poco fuimos cayendo en la
tentación de lo superfluo y en la banalidad de lo innecesario. Lo imprescindible
sucumbió a la necesidad comercial fabricada por el consumismo, mientras lo
importante fue perdiendo protagonismo y esperando pacientemente que algo nos
hiciera notar su presencia y valorar su contenido.
Y ese algo llegó. Apareció en la figura de un extraño virus que nos exigió
el replanteamiento de las prioridades y el aligeramiento de la sobrecarga que
impone la vida superficial, la sociedad light, la presunción de tener o querer
parecer. Nos enseñó que la vanidad y los placeres son una amenaza para la estabilidad;
que la prudencia y la planeación juiciosa del futuro personal y familiar rinden
los mayores beneficios cuando las circunstancias y condiciones de vida sufren una
alteración abrupta. Nos hizo ver que, por lo general, en casa estaba lo más
valioso y permitimos que fuera relegado por la vida social, el exceso de
trabajo, la ambición, los placeres vacíos.
Uno de los hábitos desacertados y tristemente muy común, es ver la
navidad como el tiempo de los regalos, las fiestas, el gasto de dinero, los
viajes, el goce y la satisfacción de los deseos materiales. Pero esta vez, el
intruso Covid, bendito factor de la transición nos permite recordar que la
Navidad es la fiesta del nacimiento del Niño Jesús. Que es la celebración de su
vida, que redimió la nuestra del pecado, que sufrió y padeció por amor para
nuestra salvación y vida eterna. Nos estamos dando cuenta del poco espacio para
El en la carrera por la satisfacción de nuestras ambiciones y apetitos banales que
solo amplían el vacío existencial de una vida llevada en sentido contrario a las
enseñanzas del Nazareno.
De manera entonces que, reflexionando sobre lo dicho y agradecida por
esta oportunidad de sentir la verdadera luz redentora y recordar el auténtico sentido
de la época decembrina, me preparé para tener una de las mejores, si no la
mejor Navidad de mi vida. Una Navidad que viviré con gratitud por la liberación
de la esclavitud material en la que estaba dejando consumir mis años. Con
humildad por haber recibido una dura pero gratificante y salvadora lección para
una vida real y con amor inmenso por todo aquello que me ha permitido ser lo
que soy y sentir intensamente la seguridad de mi verdadera misión terrenal.
Y así, en medio del azote del coronavirus, de la incertidumbre de su
desenlace y de todo lo que he tenido que perder, ya estoy lista para que el año
nuevo me traiga el premio inmenso al valioso aprendizaje de lo vivido.