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martes, 1 de diciembre de 2020

El mundo se acaba el 23 de septiembre de 2018

 


Están preparados quienes creen en esta premonición?
Si hoy se acabara el mundo, habré cumplido con la mayoría de mis sueños de juventud y propósitos de vida, pero me faltarían horas para disfrutar de
mi misma; días para gozar de los placeres terrenales; meses para que el universo deleite mis sentidos y años para ver y agradecer la vida y felicidad de mis hijos y mis nietos.
Me ayudaría a irme el saber que he dado de mi mucho más de lo necesario pero me haría falta bendecir, agradecer y aprovechar bastante más los dones y las oportunidades que el Dios generoso me ofreció.
Quisiera irme en paz y tranquilidad para disfrutar de las maravillas de la vida eterna pero pienso en el dicho terrenal que dice: "Mejor malo conocido que bueno por conocer".
Finalmente espero que el día no sea hoy y que todos tengamos tiempo de reconciliarnos con El Creador, con el planeta y con nosotros mismos antes de partir para siempre.
Feliz 23 de septiembre!

Sobre la pandemia

 Sobre la pandemia del Covid-19

Si en marzo me hubieran dicho que el modo pandemia se extendería hasta el 2021, con seguridad me habría reído del "chiste" sin darle la menor importancia. Pero la realidad que nos ha tocado vivir, si es que esto fue vivir, nos fue entregada en cuotas, en pedacitos, como cuando te dicen que el vuelo está retrasado una hora y la misma información la repiten cada 59 minutos.

Pero sí, aquí estamos ya en diciembre, con instrucciones de aislamiento selectivo, toque de queda en las fechas especiales y aumento de los casos del coronavirus en la ciudad. Y a la par con esas desalentadoras indicaciones he recibido hoy no menos de 20 postales virtuales que me desean una feliz navidad. Bueno, no hay un plan B ya que los que teníamos en mente no se van a poder realizar y aun así pienso que debo tener una feliz navidad para al menos, complacer a quienes tan gentilmente me la han deseado y pronosticado justo en el primer sol de diciembre. Así que, ¡a reflexionar! me dije y el resultado lo comparto hoy con ustedes.

Esta experiencia nueva que vivimos, tan restrictiva para la vida habitual, para las costumbres y las tareas que eran de rutina, tan difícil de entender, presentada en diferentes idiomas y en letras borrosas y tornadizas, con tantas inconsistencias y contradicciones, dolorosa en ocasiones, triste en las más, ha venido a rediseñarnos la vida; a enseñarnos qué es lo importante, lo imprescindible, lo superfluo y lo innecesario. Poco a poco fuimos cayendo en la tentación de lo superfluo y en la banalidad de lo innecesario. Lo imprescindible sucumbió a la necesidad comercial fabricada por el consumismo, mientras lo importante fue perdiendo protagonismo y esperando pacientemente que algo nos hiciera notar su presencia y valorar su contenido.

Y ese algo llegó. Apareció en la figura de un extraño virus que nos exigió el replanteamiento de las prioridades y el aligeramiento de la sobrecarga que impone la vida superficial, la sociedad light, la presunción de tener o querer parecer. Nos enseñó que la vanidad y los placeres son una amenaza para la estabilidad; que la prudencia y la planeación juiciosa del futuro personal y familiar rinden los mayores beneficios cuando las circunstancias y condiciones de vida sufren una alteración abrupta. Nos hizo ver que, por lo general, en casa estaba lo más valioso y permitimos que fuera relegado por la vida social, el exceso de trabajo, la ambición, los placeres vacíos.

Uno de los hábitos desacertados y tristemente muy común, es ver la navidad como el tiempo de los regalos, las fiestas, el gasto de dinero, los viajes, el goce y la satisfacción de los deseos materiales. Pero esta vez, el intruso Covid, bendito factor de la transición nos permite recordar que la Navidad es la fiesta del nacimiento del Niño Jesús. Que es la celebración de su vida, que redimió la nuestra del pecado, que sufrió y padeció por amor para nuestra salvación y vida eterna. Nos estamos dando cuenta del poco espacio para El en la carrera por la satisfacción de nuestras ambiciones y apetitos banales que solo amplían el vacío existencial de una vida llevada en sentido contrario a las enseñanzas del Nazareno.

De manera entonces que, reflexionando sobre lo dicho y agradecida por esta oportunidad de sentir la verdadera luz redentora y recordar el auténtico sentido de la época decembrina, me preparé para tener una de las mejores, si no la mejor Navidad de mi vida. Una Navidad que viviré con gratitud por la liberación de la esclavitud material en la que estaba dejando consumir mis años. Con humildad por haber recibido una dura pero gratificante y salvadora lección para una vida real y con amor inmenso por todo aquello que me ha permitido ser lo que soy y sentir intensamente la seguridad de mi verdadera misión terrenal.  

Y así, en medio del azote del coronavirus, de la incertidumbre de su desenlace y de todo lo que he tenido que perder, ya estoy lista para que el año nuevo me traiga el premio inmenso al valioso aprendizaje de lo vivido.