Hay
tantas formas de ver las cosas como seres humanos hay en la tierra. Pero hoy me
hago esta reflexión de la actualidad cubana, que está de moda, desde mi
condición de cubana. De cubana nativa, de familia, de raíces y de corazón. De
cubana que vio entrar a Fidel en La Habana, en medio del júbilo del pueblo que
le hacía calle de honor a los tanques de guerra en los cuales tomaron posesión
del país. De cubana emigrante que vivió el dolor que produjo en su familia,
como en tantas otras, la separación y el destierro; de cubana que vivió la
euforia que producía en el pueblo la ilusión del cambio prometido; ilusión
tornada pronto en incertidumbre y luego en temor que motivaron la decisión
crucial de abandonar el país dejando atrás familia, dolor, lágrimas,
seguridad, bienes y un pasado genético y material que debió pertenecernos
para siempre.
No
es política mi posición; no tiene nada que ver con partidos ni doctrinas. Mi
visión del castrismo es desde la perspectiva de familia, de futuro y de
derechos adquiridos. Mi visión del castrismo es desde los cientos de
testimonios y de vivencias de familias destrozadas, de esfuerzos y de
conquistas truncados y de ilusiones y esperanzas decomisadas por quienes a
lo mejor, creyeron de buena fe tener la solución a las necesidades de un país.
Pero que no supieron en ese momento ni lo aceptaron luego, que cada persona sueña
diferente; que no éramos un pueblo en serie sino seres humanos con muy
distintas aptitudes, capacidades, destrezas, anhelos, aspiraciones y objetivos.
Que no podían medirnos a todos con el mismo rasero. Pero lo hicieron así y acabaron con la iniciativa y
el impulso del cubano que había llevado el país a ser modelo y pionero de
muchas actividades productivas, recreativas y artísticas. Que hizo de Cuba lo
que fue en el ámbito turístico y económico. Durante la década de los cincuenta,
Cuba tuvo el segundo lugar en entradas per cápita en Iberoamérica y a pesar de
su pequeño tamaño y sus poco más de 6 millones de habitantes, ocupaba el puesto
29 entre las mayores economías del mundo.
Cuba fue el segundo país del mundo en difundir la televisión a color;
antes de la llegada de Fidel, tuvimos la mayor tasa de Iberoamérica en
automóviles por habitante (1 por cada 38 personas, no superado por Colombia hoy
día)
En 1957, Cuba fue reconocida por la ONU por su
cobertura de salud: tenía 1 médico por cada 957 habitantes. Su tasa de
mortalidad era de 5.8 -tercer lugar en el mundo-, mientras que la de Estados
Unidos era de 9.5 y la de Canadá de 7.6. A fines de los 50, la isla tenía la
tasa de mortalidad infantil más baja de América Latina con 3.76, seguida por
Argentina con 6.11, Venezuela
6.56 y Uruguay 7.30, según datos de la Organización Mundial de la Salud.
Y este es uno de los “logros” que se atribuye la revolución!
No fue justo que mi padre tuviera que abandonar una
finca que heredó de su padre porque el gobierno consideró que la necesitaban
más unos campesinos para quienes la parcelaron y que, 50 años después que
fuimos a verla, era una tierra improductiva y asfixiada por monte y maleza que
la cubrieron completamente. En esa única visita que hizo mi padre a Cuba a
regañadientes y por complacerme a mí, que me arrepentí casi enseguida, conoció
el dolor y la desesperanza de quienes fueron sus amigos, el administrador de su
finca y algunos familiares lejanos que aún quedaban allá. Detrás de cámaras y sin el temor de ser escuchado, ese
administrador como muchos otros anónimos cubanos para quienes se diseñó la
revolución, hubiera cambiado la mitad de su vida por volver al capitalismo y a
la democracia que vivió en la pobreza pero con dignidad, con libertad y con el
poder de diseñar su vida a su acomodo. No hubo para ellos nada mejor de lo que
ya tenían; perdieron a sus hijos que salieron del país y no volvieron, a cambio
de una educación gratuita que no les significó mayor calidad de vida y de la
propiedad de una casa que no les perteneció lo suficiente para poder elegirla o
cambiarla por algo que desearan más.
Siento no haber tenido la oportunidad de agradecer a
mis padres lo suficiente por haber tomado la opción más difícil y más dolorosa
a cambio de un futuro para sus hijos. Luego de recorrer mi país y de escuchar
cientos de testimonios de quienes han padecido la doctrina Castrista, el
sentimiento inmenso de gratitud por la oportunidad de ser colombiana hoy, se
mezcla con mil interrogantes: qué hubiera sido de mi si hubiese crecido en
Cuba? Qué hubiese sido de mi si no hubiera llegado Fidel al poder? Cómo hubiese
sido mi vida de haber podido compartirla con mi familia, de haber podido
disfrutar lo que mis padres y abuelos habían construido para mí? A todo ello
tenía derecho legítimo y natural. Por qué alguien tuvo que determinar un futuro
distinto para nosotros? Por qué alguien tuvo que infligir tanto dolor a mi
familia? Por qué tuvo mi madre que soportar la separación de su madre durante
40 años? Y por qué tuvo mi abuela que perder su única hija y sus únicos nietos
sin haberlo decidido así? No hubo presos políticos ni fusilados en nuestra
familia pero cuántas noches me quedé dormida oyendo llorar a mis padres cuando
el exilio era nuevo en nuestras vidas…. cuántos besos y abrazos de mis abuelos
me perdí… cuántas veces he sentido que
no pertenezco a ninguna parte…. qué grande es el pedazo de corazón que aún vive
en mi patria y que se niega a partir del todo de allí… cuántas cosas extraño
todavía…
Tomar posesión de un país y proceder como si fuera el
dueño de todos los destinos no es justo; no consulta el derecho natural de ser y
de elegir. Provoca demasiadas frustraciones y causa dolor y desesperanza.
Colombia me acogió y me ofreció una patria que amo; hoy me causa el mismo dolor que he vivido siempre: el de ver una hermosa isla destrozada por una izquierda que no ha podido demostrar mérito alguno para existir.
Colombia me acogió y me ofreció una patria que amo; hoy me causa el mismo dolor que he vivido siempre: el de ver una hermosa isla destrozada por una izquierda que no ha podido demostrar mérito alguno para existir.