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domingo, 2 de septiembre de 2018

Una despedida catártica al saliente presidente.


Los tristes legados del presidente Santos, a buena hora ausente ya del poder, fueron entre otros:
La subversión de valores que logró imponer en el país
La categorización de los colombianos en amigos y enemigos de la paz
El menoscabo de la imagen y de la historia política del presidente Uribe
La mitomanía como sistema de información del Estado
El retroceso en las condiciones para la paz
Antes de que me lluevan rayos y centellas, me refiero a cada uno de ellos:
Hace unos años, en Colombia sabíamos qué era bueno y qué era malo. En forma muy general, lo bueno correspondía a todo aquello que tuviera atisbos de honestidad, de buenas costumbres, de ética, cultura, respeto y tolerancia. Lo malo, aquello que iba contra el orden natural, constitucional o de normas sociales y familiares.
Hoy en día prevalece la doble moral impuesta; es decir: nos han querido adiestrar para aceptar como positivo todo aquello que antes era impensable. Como ejemplos doy las curules para la Farc, sin haber mostrado con hechos su compromiso con la patria, como supuesto camino hacia la paz que anhelamos todos. Pero a la vez que aplaudimos que los peores criminales, quienes han cubierto de sangre tantas regiones del país, hoy sean quienes nos hagan las leyes, repudiamos a un ex presidente que se jugó la vida por entregarnos un país mejor del que encontró y lo logró con creces, mereciendo al final de su mandato, el 79% de aprobación de un pueblo consciente y agradecido. Mientras que muchos repudian a la iglesia católica por las aberraciones de algunos sacerdotes, aplauden a quienes han jugado con la dignidad de nuestros niños y adolescentes, quitándoles hasta el derecho a la vida a los hijos que engendraban con sus cautivas.
Dividir a los colombianos en dos categorías, le reportó al presidente Santos exactamente lo que buscaba con ello: la polarización y enfrentamiento de quienes se dicen de derecha y los que son o creen ser de izquierda. El país se entretuvo en ello mientras los mismos de siempre diseñaban o ponían en funcionamiento la agenda política que ya estaba prevista. El centro prácticamente desapareció bajo el impacto de choque de los extremos que cada día se ensañaban más y se hacían más divergentes sus planteamientos a nivel de redes sociales.
La intervención a lo que representó la figura y la recordación del presidente Uribe fue una misión a la cual se aplicaron las altas figuras de la política y la justicia; misión comandada por el jefe de la maniobra mediática que logró, por fortuna en minorías, desfigurar la imagen del presidente Uribe y su obra de gobierno que en su momento, fue un extraordinario salvavidas para el país. Fichas claves en el sector académico hicieron una tarea colosal, aprovechándose de la ignorancia de los jóvenes en materia política y experiencias propias en gobiernos anteriores.
Hoy repiten y condenan, pasando por alto las debidas formas y etapas de un proceso oficial de juzgamiento que dicho sea de paso, perdió la credibilidad y el honor frente a todo el país.
La mitomanía: creo que con sólo mencionar la palabra, sabemos a quién se refiere y recordamos infinidad de ocasiones en las cuales el presidente Santos mintió de cara al país. Unas cuantas? Recordemos: “No habrá curules gratis” “El tal paro agrario no existe” “Quiero rendir tributo desde el fondo de mi corazón, a uno de los más grandes presidentes que hemos tenido desde hace 200 años: gracias presidente Uribe” “No le crean a los del NO que los guerrilleros van a ganar $1.800.000” “Le firmo en piedra que no voy a subir tarifas” y hasta el IVA aumentó.
Retrocedimos en las condiciones para la paz. En el año 2010, la guerrilla estaba acorralada, se habían desplazado sus dirigentes a territorios de países vecinos, hasta donde los fue a buscar el ejército colombiano en dos ocasiones. En el país se respiraba paz, de esa que hoy no sentimos porque la violencia está metida en las ciudades, los secuestros han aumentado, las voladuras y daños a la infraestructura de la nación reaparecieron. Se respiraba la paz que nos daba la reducción de las siembras de coca, principal instigador de violencia y que en el gobierno de Santos se multiplicaron como por arte de magia. De la paz que ofrecía la sombra de un gobierno intolerante con la violencia y unas fuerzas militares empoderadas y dispuestas a eliminar al enemigo de la patria. Desde el año 2002 hasta que Uribe entregó su mandato, sí supimos y sentimos lo que era la reducción de la violencia y la paz que permitía trabajar y prosperar con un mínimo riesgo de extorsión o secuestro. Era el momento para una mesa de negociación con el enemigo debilitado, lo cual nos hubiera permitido exigir más para los colombianos que para los guerrilleros, que fue lo que finalmente sucedió.
Puedo resumir que Santos nos deja un peor país, con menos muertos y menos muertos reportados ya que los medios le hicieron el juego durante todo su gobierno. Estamos esperando una paz que no se ha disfrutado y por el contrario, corre el riesgo de no aparecer gracias a la proliferación de los cultivos ilícitos y el narcotráfico, así como por las llamadas disidencias que ya no solamente son las bases de la guerrilla, porque han vuelto a su mando tres importantes líderes, al parecer huyendo de una justicia que temen o volviendo a un pasado que añoran.
Santos nos deja un peor país porque sus lineamientos y su equipo negociador permitieron imponernos unos acuerdos que el país rechazó legítimamente. Porque fueron muy crédulos con una banda terrorista cuyos escrúpulos parecen no existir y sus costumbres terminan por imponerse. Porque se hicieron los sordos cuando el país reclamaba la entrega de armas, de bienes y de secuestrados y nada de eso se les exigió en su totalidad. Porque permitieron que la Farc se distribuyera entre los escenarios políticos y las selvas de Colombia, para no perder su poderío militar y económico. Porque aún hoy, con los compromisos sin cumplir y siendo la deserción del camino democrático ya mayoritaria en las filas farianas, seguimos inclinados a sus mandatos y caprichos. Y finalmente, porque estamos permitiendo que la historia de Colombia que conocerán nuestros descendientes, sea re-escrita por los verdugos y no por las víctimas o los observadores estudiosos del conflicto.