Estos fantasmas que a lo largo de mi vida sólo he vuelto a ver en esta ocasión, o para ser más precisa: que vienen apareciendo desde hace cerca de 6 años, se confabulan para que mis más penosos recuerdos y mis más fuertes temores estén tomando forma cada vez más real y más semejante a lo que ya una vez viví. Me aterra pensar que la tierra prometida un día como la que nos ofrecería un futuro y una patria para el resto de nuestra vida, hoy sea precisamente la que me evoca épocas que ya creía perdonadas, si bien jamás olvidadas. Épocas que no pensé posible pudieran repetirse. Situaciones que no sé si estaría en condiciones de vivir otra vez.
Cuando retrocedo la película y veo tantas manifestaciones del camino que nos señala La Habana, me parece increíble que aún hay personas que siguen apostando a una paz que no es otra cosa que el nombre bonito y bien pensado que le dieron a un proceso, siguiendo un libreto exitoso en la conquista de gobiernos suficientemente conocidos. Me resulta difícil entender que sigan creyendo en un comediante que está engañando al país desde antes de su elección como presidente de los colombianos. Que desde sus tribunas pre-electorales prometió cosas que no pensaba cumplir y ya dueño del poder, comenzó a desmentir con sus actos una por una. Es asombroso cómo ha logrado taparnos los ojos para llevar al país a aceptar que se multiplicaran los cultivos de coca, que los nuevos y excesivos tributos impuestos no consulten las posibilidades reales del contribuyente y además se utilicen para convertirlos en corrupta mermelada; que se destapen escándalos y pruebas evidentes que salpican o digo mejor: empapan la campaña de reelección y no pase nada.
Cómo hemos podido aceptar que una insurgencia sin alma y sin escrúpulos haya pasado del monte al congreso sin haber siquiera cumplido unos mínimos de justicia y rehabilitación? Por qué el país ha permitido que encarcelen a miembros de nuestras FFMM mientras abren las rejas para liberar a los asesinos y secuestradores? Es democrático que luego de gastar nuestro dinero en un plebiscito decisorio lo hayan desconocido sin ruborizarse siquiera? Hemos sido conscientes del despilfarro deliberado que tiene al país sobre-endeudado y la economía en franca desaceleración? En qué momento dejaron de dolernos los niños reclutados? Por qué aceptamos la farsa de entrega de armas y luego no se escuchó protesta alguna cuando empezaron a aparecer caletas y fábricas clandestinas? Cómo fue posible aceptar que mientras el pueblo se ahoga en impuestos, el dinero de la Farc es intocable? Queremos más burla que ofrecer traperos y escobas en el patrimonio expuesto al país? Aceptamos la humillación que supone la candidatura presidencial de alguien que tiene condenas que suman más de 400 años y deudas sin pagar a las víctimas de su sanguinaria actividad de narcotráfico?
Son preguntas que reclaman una respuesta de los colombianos: una respuesta contundente de rechazo a la continuación de la farsa que estamos viviendo, confiando en ver al final del túnel un destello de paz. Preguntas que reclaman también una respuesta de la Farc y de su presidente si es que detrás de este camino ya recorrido en otras dictaduras de izquierda, se pudiera encontrar alguna justificación decente para someter al país a sus caprichos.