La vida te
presenta ángeles que no se identifican ni reconocemos con tales, pero llegan y
cumplen una misión que nadie más podría cumplir con tal devoción y eficiencia.
Hace 28
años, conocí a María Idalí. Entró a trabajar como mi secretaria y empezamos a entendernos
en términos laborales. Ella me contaba poco después que le conquistó cuando en
alguna instrucción le dije: “si me llama mi esposo o uno de mis hijos, no
importa mi ocupación, siempre estoy”. A mi me gustó su discreción y
conocimiento de su cargo. Más adelante, su lealtad inquebrantable.
Más allá
de asistente, fue una compañera y amiga. Me ayudó a sobrellevar situaciones
difíciles, a no quebrantarme cuando me llamaban de los colegios semanalmente a
darme quejas de mi hijo; estuvo a mi lado en los años buenos, mejores, malos y
en los peores de la empresa, en la pérdida de mi padre, en sus quebrantos de
salud y en los míos. Su soporte me sostuvo en momentos cruciales, me contaba
sus cuitas y escuchaba las mías con paciencia y comprensión. Llegó a anticipar
mis respuestas en muchas circunstancias, a darme un consejo, a recuperar mi
confianza y ganas de seguir. Nadie me entendió como ella, al punto de adivinar
lo que pensaba sobre una y otra situación. Siempre serena, atenta, servicial,
prudente, honesta, cumplidora, sincera y afectuosa.
Se forjó
un cariño entre las dos que permitió una relación laboral cómoda y eficiente. A
mis hijos los protegió, acompañó, alcahueteó, complació y trató con deferencia,
complicidad y cariño. Me reemplazó con altura en situaciones que no pude
atender o que, protectoramente, me evitó hacerlo.
Se retiró
de su cargo de asistente de gerencia, luego de 22 años, ya jubilada, para irse
de la ciudad a seguir a su único hijo y el vacío que dejó fue imposible de
cubrir. Se necesitan muchos años de conocimiento y de cariño para fabricar otra
relación similar.
Como los
ángeles no son eternos y en el cielo les tienen su puesto reservado, fue
llamada prematuramente a llenar ese vacío que allá también había dejado. Me
complace saber que dejó atrás el dolor y se pudo reunir con el Creador y con
sus familiares que con certeza la estarían esperando con ilusión inmensa por el
reencuentro. Espero también que forme parte de la corte que me reciba cuando mi
hora se presente porque los lazos emocionales que se urden en vida, son
imposibles de romper por la distancia y el silencio. Descansa en paz Mary, gracias
por tanto, sé feliz eternamente.