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miércoles, 16 de mayo de 2018

Una crucial elección de presidente


Colombia es un hermoso país, de gente pujante, de climas, costumbres y paisajes diversos, de música y sabores inagotables. Es un país al que me fue fácil querer luego de abandonar el propio en un proceso con dolorosa historia de exilio y pérdidas sucesivas.


Mientras ignoré lo que implica la política en la vida normal de un ciudadano, permanecí alejada del tema;  pero el deterioro de la dignidad  y de los valores ciudadanos que hemos visto en los últimos 20 años en la política, me fue involucrando emocionalmente y despertándome la necesidad de conocer un poco más para poder formarme un criterio y aportar de alguna manera en el proceso. El lamentable espectáculo de circo que es hoy una elección popular de nuestros gobernantes, con muy escasas excepciones en el país, es la manifestación más dramática de lo que no debe ser la democracia. Hoy día en Colombia, el dinero decide el triunfo en lugar de las calidades personales del candidato, como solía ser. Y es el dinero también el móvil que impulsa a perseguir a todo costo la silla del poder, para construir un patrimonio y en ocasiones para aumentarlo desmedidamente, aún a expensas del deterioro de la calidad de vida de sus gobernados. Pero nosotros mismos hemos contribuido a ello; no siempre con nuestro voto pero sí con el reconocimiento que hoy hace la sociedad al tener, en lugar de al ser.
El resultado de todo esto es un país con inmensa desigualdad económica y social, que se constituye fácilmente en caldo de cultivo para el discurso populista y para el asentamiento de ideologías de izquierda que más que el cambio social, buscan el poder y el dinero, triste costumbre actual de casi todas las demás. La única diferencia es que en aquella, la igualdad se logra en la pobreza, la alienación y la falta de oportunidades de todo el que no pertenezca a la oligarquía del régimen controlador.


En este escenario político, la paz no es posible. Firmar un acuerdo que no contribuye al cambio social profundo sin matices políticos; que no consulta el querer del ciudadano y que no permite conciliar culpas y resentimientos, es un esfuerzo inútil. No quiero repetir una vez más los factores que poco aportan a la paz cacareada, como el aumento desbordado de los cultivos ilícitos, la impunidad para delitos atroces, las cuestionadas disidencias, entre otros muchos.


No quiero ir más allá, hacia donde pienso que va encaminado este acuerdo; tampoco quiero llegar al lugar común de Santistas versus Uribistas en el cual está empotrado el debate nacional. Lo único que quisiera, a pesar de mi escasa visibilidad y nulo poder popular, es construir consenso en torno a la verdad de fondo de este proceso para que Colombia entera tome conciencia de que el cambio está en cada uno de nosotros. En nuestras aspiraciones, en la formación que damos a nuestros hijos, en la oportunidad que ofrecemos a quien no la tiene, en el cultivo de los valores cívicos y personales, en el respeto a las normas, a las personas, a las plantas y los animales. El cambio para lograr una paz real empieza en el hogar de cada uno y se comienza a percibir cuando elijamos gobernantes dignos de la responsabilidad que se les confiere sobre el país y sobre el futuro de todos nosotros.


No creo en la paz de Santos porque le falta el ingrediente fundamental del consenso popular y es allí precisamente donde deberá construirse; porque ha sido diseñada sobre bases cuestionables y en entornos contaminantes y sesgados social y políticamente; porque se nos quiere imponer blindando sus acuerdos concertados a la sombra y porque a un presidente que desde siempre ha mentido a los colombianos, no le puedo confiar mi futuro y el destino de todo un país.

Es innegable que entre lo concertado en La Habana está la permanencia en el tiempo de las prerrogativas que han pactado con los guerrilleros, de manera que es de esperar que el gobierno emplee todos sus artilugios para asegurarlo.  Aquí reside la importancia de esta elección presidencial, que solamente con una votación profusa y responsable, podremos los colombianos decidir el rumbo que queremos para la patria.