Una de las cosas que me da mucha tristeza es tener que
felicitar por cualquier motivo a un hijo (cuando digo hijo, inclúyanse hija,
nueras, yerno, nietos y anoten porque aquí no habrá lenguaje incluyente jamás)
sin poder darle un beso y un abrazo. Me da menos duro con los de Miami porque
sé que estamos a un deseo y un avión de distancia, pero cuando es prohibido,
como está pasando ahora, me siento muy aburrida.
Es el caso hoy de celebrar la primera docena de años de
matrimonio de Osquitar y Bibi. Cuando doy reversa al pensamiento y llego al 19
de abril de 2008, me siento llena de un sentimiento de plenitud, tranquilidad y
felicidad comparable al que sentí el 18 de marzo del 2000. En esas fechas,
además, sentí que los sueños se estaban haciendo realidad y los esfuerzos se
veían recompensados. Nuestra pequeña familia abría sus brazos con ilusión y
cariño para entregarles, virtualmente, los apellidos de la familia a quienes
los hijos nos traían para integrarla. Supimos que habían hecho una buena
elección desde el primer día y pedimos a Dios que, si era su voluntad,
mantuviera la relación y la bendijera a lo largo de la vida.
Celebrar esta fecha es la seguridad de que nuestra oración
fue atendida, de manera que lo primero hoy es dar gracias a quien les bendijo y
les ha acompañado durante estos años: nuestro Señor Jesucristo. Y a Él pedimos
renovar una y otra vez las promesas de aquel día en que nos las hizo por
primera vez.
Aunque nos hubiera gustado egoístamente unos dos o tres
nietos más, entendemos que no es la realidad de la vida de hoy. Ver a
JuanAndrés y Elena crecer cerca de nosotros es una de las experiencias más
hermosas que la vida nos ha proporcionado. Dos niños tan sanos, bellos,
inteligentes y amorosos, indiscutiblemente es un regalo celestial. Así debe sentirse
estar en al paraíso, pero sabiendo que en vida tuvimos la fortuna de vivirlo.
Darles las gracias por permitirnos esta experiencia es un deber que debería
repetirse cada día de la vida.
En esta contingencia sanitaria que vivimos hoy, hemos aprendido
más aún que el disfrute de la familia no se compara a ninguna experiencia vivida.
Si viajas con ellos, si cenas con ellos, si aprendes con ellos, si vives aventuras
con ellos, si acompañas el crecimiento de tus hijos, luego te sientes orgullos de
sus triunfos y de nuevo vives el comienzo del ciclo de ver prolongarse la familia
en una nueva generación y lo gozas, puede decirse que no te falta ninguna
felicidad más profunda por vivir. Ese re-conocimiento que nos ha traído el confinamiento
obligatorio, se compensa con creces si tienes la oportunidad de padecerlo en
familia. No hay aprendizaje esencial que no venga a través de un sufrimiento y la
vida no vuelve a ser la misma desde entonces.
Mi deseo Bibi y Oscar es que la bella familia que han formado
les ofrezca la tranquilidad, el goce y el encanto con que soñaron una vez al
unir sus vidas y ese espíritu se mantenga a través de las dificultades, los tropiezos
y las crisis que inevitablemente se viven a través de los años. Pero más aún,
que tengan muy claro que ninguna manera de vivirlos será mejor que en pareja y
en familia.
Bendiciones de papá y mamá; los queremos infinitamente.