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lunes, 20 de abril de 2020

En el aniversario de Bibi y Oscar




Una de las cosas que me da mucha tristeza es tener que felicitar por cualquier motivo a un hijo (cuando digo hijo, inclúyanse hija, nueras, yerno, nietos y anoten porque aquí no habrá lenguaje incluyente jamás) sin poder darle un beso y un abrazo. Me da menos duro con los de Miami porque sé que estamos a un deseo y un avión de distancia, pero cuando es prohibido, como está pasando ahora, me siento muy aburrida.
Es el caso hoy de celebrar la primera docena de años de matrimonio de Osquitar y Bibi. Cuando doy reversa al pensamiento y llego al 19 de abril de 2008, me siento llena de un sentimiento de plenitud, tranquilidad y felicidad comparable al que sentí el 18 de marzo del 2000. En esas fechas, además, sentí que los sueños se estaban haciendo realidad y los esfuerzos se veían recompensados. Nuestra pequeña familia abría sus brazos con ilusión y cariño para entregarles, virtualmente, los apellidos de la familia a quienes los hijos nos traían para integrarla. Supimos que habían hecho una buena elección desde el primer día y pedimos a Dios que, si era su voluntad, mantuviera la relación y la bendijera a lo largo de la vida.
Celebrar esta fecha es la seguridad de que nuestra oración fue atendida, de manera que lo primero hoy es dar gracias a quien les bendijo y les ha acompañado durante estos años: nuestro Señor Jesucristo. Y a Él pedimos renovar una y otra vez las promesas de aquel día en que nos las hizo por primera vez.
Aunque nos hubiera gustado egoístamente unos dos o tres nietos más, entendemos que no es la realidad de la vida de hoy. Ver a JuanAndrés y Elena crecer cerca de nosotros es una de las experiencias más hermosas que la vida nos ha proporcionado. Dos niños tan sanos, bellos, inteligentes y amorosos, indiscutiblemente es un regalo celestial. Así debe sentirse estar en al paraíso, pero sabiendo que en vida tuvimos la fortuna de vivirlo. Darles las gracias por permitirnos esta experiencia es un deber que debería repetirse cada día de la vida.
En esta contingencia sanitaria que vivimos hoy, hemos aprendido más aún que el disfrute de la familia no se compara a ninguna experiencia vivida. Si viajas con ellos, si cenas con ellos, si aprendes con ellos, si vives aventuras con ellos, si acompañas el crecimiento de tus hijos, luego te sientes orgullos de sus triunfos y de nuevo vives el comienzo del ciclo de ver prolongarse la familia en una nueva generación y lo gozas, puede decirse que no te falta ninguna felicidad más profunda por vivir. Ese re-conocimiento que nos ha traído el confinamiento obligatorio, se compensa con creces si tienes la oportunidad de padecerlo en familia. No hay aprendizaje esencial que no venga a través de un sufrimiento y la vida no vuelve a ser la misma desde entonces.
Mi deseo Bibi y Oscar es que la bella familia que han formado les ofrezca la tranquilidad, el goce y el encanto con que soñaron una vez al unir sus vidas y ese espíritu se mantenga a través de las dificultades, los tropiezos y las crisis que inevitablemente se viven a través de los años. Pero más aún, que tengan muy claro que ninguna manera de vivirlos será mejor que en pareja y en familia.
Bendiciones de papá y mamá; los queremos infinitamente.