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domingo, 19 de noviembre de 2023

Un 15 de septiembre

 Un día semejante al de hoy pero mucho, muchísimo más triste y oscuro, despedimos a nuestra hija Silvia Lucía quien iniciaba su vida eterna, su travesía celestial, su experiencia máxima de la mano de Dios. Un día fechado con el número y el mes de hoy, pero 37 años atrás.

No pretendo revivir los tiempos posteriores a esa fecha; ya se vivieron, se repasaron y se sufrieron demasiado. Solo quiero recordar a la niña vivaracha, alegre, sociable, que llenaba todos los espacios de la casa y de nuestras vidas: la de su padre, la mía, la de sus abuelos, su hermano mayor y su hermanita menor que apenas cuatro días después cumpliría sus cinco años.
Aún se percibe su ausencia, especialmente en las ilusiones y los proyectos que nos hicimos para ella, para su vida, su formación y su felicidad. Se siente en la soledad tal vez inconsciente que vive su hermana, para quien Silvia fue un motor y un modelo a seguir, siempre inventando actividades y animándola a participar en ellas. Se nota en la distancia vacía entre su hermano mayor y los siguientes. Se capta en medio de una alegría familiar, cuando aparece ese segundo de nostalgia por la que ya no está. Se advierte su ausencia en la oración diaria de su padre, que invariablemente comparte ese momento con la hija que para siempre se alojó solo en su corazón. Es imperceptible a los demás, pero su falta se quedó para siempre entre nosotros como una cicatriz emocional, como un recuerdo que se añora, como una esperanza que no pudo ser y un interrogante inmenso sin respuesta.
Siempre ha estado junto a mi, a pesar de su partida prematura. La siento aquí, a mi lado y es tan real, que alguna vez una persona desconocida me abordó para decirme que si yo tenía una hija en el cielo porque ella veía a una niña detrás de mi y no estaba viva.
Muchas veces cuando me preguntan cuántos hijos tengo, impulsivamente la cuento a ella, y respondo que son cuatro. A veces debo aclarar que uno de ellos falleció, pero si puedo esquivar esa segunda pregunta, me queda una rara sensación de estar completa otra vez.
El dolor se supera, los porqués se llegan a obviar, pero a veces, con ganas de saber de ella y sintiendo que he cumplido mi misión, llego a desear ese momento de volver a verla.