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martes, 5 de abril de 2022

Una flor de más, caricatura de mi vida


Era una hermosa primavera. Nunca antes había visto tanta cantidad de colores, el cielo tan azul, las plantas tan alegres y mis compañeras tan danzantes y felices. Fueron casi seis meses en los cuales crecí feliz, bien alimentada, juguetona y sobre todo, muy amada. En mi plantita éramos cuatro flores; dos pequeñitas y las otras dos grandes y amorosas que nos cuidaban para que recibiéramos suficiente luz del sol, rocío de la mañana y el alimento que unos humanos nos regaban para que creciéramos fuertes y hermosas.
Y llegó el otoño: no sé por qué dicen que es una estación muy linda, para nosotros fue el comienzo de una vida diferente. Un humano muy rudimentario nos vino a arrancar porque no le gustaban tantos colores a su superior. De nada valieron los ruegos de nuestros amigos, los que vivían en nuestra casa y nos alimentaban; aquellas manos ásperas nos arrancaron de un solo tirón y fuimos a dar al piso junto con varias compañeras más.
Al rato salió de casa nuestra humana vecina y corrió a ver qué nos había pasado. Estábamos todas tristes, decaídas y no queríamos tener que soportar una vida de desarraigo ni necesidades. Ella pareció leer en nuestras anteras y nos levantó con cuidado del suelo lleno de piedras. “Las voy a llevar a un sitio más seguro” gritó, furiosa y nuestras compañeras que nos veían partir dejaban caer unas lágrimas en el piso mientras se las arreglaban para decirnos adiós con sus pétalos de colores.
Llegamos al nuevo entorno. Era un lugar muy bello, apacible y con unas muy buenas condiciones para nuestro desarrollo. Nos sembraron de nuevo y de inmediato mi hermanita y yo levantamos nuestros brazos y dimos las gracias por esta nueva oportunidad. Las otras dos flores de mi plantita, que ya estaban mas grandes, tardaron un poco más en su adaptación, pero finalmente llegó el día en el que se irguieron y enfrentaron con optimismo el nuevo contexto. Extrañábamos mucho a nuestros vecinos anteriores que nos regaban y nos daban cosas ricas para comer, pero nos fuimos
encariñando con otros seres y pronto éramos un bello arbusto que despertaba miradas de admiración justo al terminar esa tercera primavera lejos del hogar.
Sentimos mucho miedo cuando alcanzamos a escuchar a la humana decir que si, que estábamos para la venta y que valíamos unos cuantos reales. De nuevo nos tuvimos que enfrentar a un trasplante, esta vez a un lugar distante, sin las comodidades a las que estábamos acostumbradas; el nuevo jardín era muy caluroso; necesitábamos ser regadas con mas frecuencia y al final del día nuestros pétalos se doblaban por el calor y el cansancio. Despertábamos mucha curiosidad en los humanos porque no había por allí unas flores como nosotras, así que con frecuencia nos rodeaban y nos calificaban: unas veces de muy hermosas y otras de intrusas y de ilegales.
Pero allí desarrollamos de nuevo nuestras actividades y los procesos necesarios para vivir y salir avante una vez más. Nuestras hermanitas mayores se empezaron a marchitar; ya no eran tan lozanas ni juguetonas como antes. Nos cuidaban a las dos pequeñitas para que pudiéramos crecer, adaptarnos y reproducirnos de manera que no nos tildaran más de extrañas y empezáramos a tener vida propia con otras flores, así fueran un poco distintas de nosotras.
Pasó el tiempo lentamente al principio, en presurosa carrera después. Fuimos sometidas a nuevos trasplantes, aunque a sitios similares y no muy distantes unos de otros. Cuando ya mi hermana y yo fuimos adultas, las dos florecitas mayores se fueron apagando y en un invierno una se cayó de su precioso sillón verde y no sobrevivió al golpe. La otra se marchitó hasta que un día perdió sus colores y no quiso vivir más. Dejó de beber, dejó de abrir sus pétalos para recibir el sol y una mañana triste al despertar, vimos que ya no vivía con nosotras.
Nuestras semillas habían producido otras flores similares con las que nos sentíamos muy a gusto. De manera que, con el cáliz lleno de añoranzas y dolor por lo perdido, hicimos una nueva vida cada una y nos mantuvimos en el mismo jardín sin separarnos más.
Las primaveras llegaban y se iban; ahora estábamos rodeadas de capullos y flores más jovencitas. Fue divertido ayudarlas a crecer y convertirse en flores exuberantes con vida propia; fue lindo compartir cada etapa de su desarrollo y muy satisfactorio ver que lo estaban haciendo bien. Ya
tenían nuevos colores, algunas habían ampliado sus pétalos y también tenían ya sus capullos a punto de abrir para convertirse en flor. Algunas fueron arrancadas de su planta y obligadas a permanecer de adorno en una vasija hasta que morían de dolor. Otras fueron vendidas y trasplantadas en otros terrenos, unos más lejos que otros, pero se adaptaron bien y vivieron felices. Mi hermanita se había cansado de tanto perder, de tanto luchar, de tanto dolor y había resuelto no vivir más; un día dobló su pedúnculo y una semana después cayó al piso marchita y avejentada.
Yo era ya la reina madre; sin reino y sin corona, acompañaba a mi descendencia y sus capullos y estaba presta a acudir en ayuda de quien me necesitara. Por supuesto, cada vez menos pues ya no requerían mucho de mí, ya eran grandes y bien formadas flores, coloridas, sanas y felices; ya yo no era necesaria y algunas veces, cuando mi posición les obstruía el rayo de sol, resultaba molesta y se alejaban de mi. Cada una formaba su destino, sin saber, como ya yo lo sabía, que ese destino podía cambiar en cualquier momento, sin respetar los sueños y las ilusiones que se hubieran podido depositar en el mañana. No eran muy conscientes de que nada nos llega de regalo cuando ya se han marchitado papá y mamá. No sabían diseñar el futuro en base a las experiencias de tiempos pasados y siempre estarían expuestas a esos cambios repentinos y no siempre felices que la vida nos presenta en el camino. Pero las flores mayores no podemos resolver lo que probablemente ni siquiera vamos a vivir y tratar de hacerlo nos agrega demasiado peso que ya los pétalos se resisten a soportar. Ya es hora de marchitarnos, la vida ya es ajena, es de las flores nuevas y la misma planta que nos da el soporte desde que nacemos, ya nos ve como... una flor de más.