Chao Valledupar

De Valledupar nunca será suficiente; la alegría de su gente, su espontaneidad, su talante amistoso y hospitalario y su música sin desperdicio me conquistaron desde que compartí cinco años de mi vida peregrina en este valle hermoso con su gente linda y buena.
Los recuerdos que guardo, todos bellos, se mezclan con lo que encuentro hoy en una ciudad más grande, más moderna y con su festival inmenso y maravilloso.   Pero detrás de todo ello la misma calidez, los mismos sentimientos que permiten a los hombres saludarse de beso, ser primos todos de todos y abrir las puertas de su hogar y de su corazón para compartirlos con quienes llegamos de visita inesperada. Aquí no hay libretos, no existe el protocolo: el sentimiento enorme se expresa en la más sincera acogida que pueda uno imaginar, de la misma manera que lo plasman en las notas de un acordeón y cantan su poesía con la vida y con el alma.  Acordeón, poesía y sentimiento que sacaron del anonimato a toda una región que merecía, como lo hace hoy, ocupar un sitio de honor en la representación nacional e internacional de la cultura colombiana.
Esta tierra nos enseña que la vida es simple y se resume en amar, gozar y compartir. Qué bien lo hacen ustedes, queridos vallenatos y qué hermoso lo saben cantar con alegres y melodiosas notas de un acordeón o una guitarra.
Me voy demasiado pronto pero enriquecida con una experiencia de vida que me permitirá soñar con que se puede ser feliz si dejamos disponer al corazón. Todo lo demás es un vestido de ocasión al cual vamos permitiendo convertirse en piel y termina apaciguando la fuerza del instinto y del amor.
Me llevo todo esto Valledupar querido. Pero te pido una cosa más: quiero encontrar intacta tu esencia cuando vuelva y comprobar una vez más que sigues siendo el hogar que un día y sin querer, perdí.