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miércoles, 24 de octubre de 2018

Perdimos la capacidad de asombro

Esta composición de fotos que recibí hoy por WhatsApp me llevó a lo más profundo de los sentimientos por Colombia y por el futuro de nuestros descendientes. Mucho ha tenido que pasar en el ámbito político nacional para que hoy veamos con naturalidad a los peores delincuentes y asesinos que ha tenido el país recibiendo homenajes, paseando por el mundo, ocupando una curul inmerecida mientras sectores de la sociedad aplauden y aseguran que todo es cuestión de perdonar; mientras las víctimas son relegadas a la indiferencia de su dolorosa condición y mientras los grupos desmovilizados parcialmente fortalecen sus condiciones para la lucha armada que los lleve a la coronación de sus intenciones de siempre: la toma del poder para implantar el socialismo.
La capacidad de asombro se pierde paso a paso, desde el momento del nacimiento hasta el fin de nuestros días. La rutina en los colegios, la forma de enseñanza y muchas otras, son causas importantes del hábito negativo pero en la edad adulta, existen métodos muy eficaces para cambiar nuestra conciencia y hacer que veamos las cosas de una manera diferente. Y sin duda, ese proceso lo venimos viviendo desde gobiernos anteriores y el trabajo paciente de las corrientes de izquierda.
Desde hace años, no sabría cuántos, se vienen trabajando muy sutiles formas de inducir en ciertas comunidades, la utopía de una visión de país muy diferente a la democrática; esto es relativamente fácil y cuando se cuenta con organizaciones internacionales que financian la estrategia, pues es cuestión de tiempo lograr lo que se propone. Primero resaltan las carencias, fácilmente encuentran un culpable y ofrecen una única alternativa de solución: la doctrina socialista que inculcan por inducción y por emociones. Obviamente este primer esfuerzo se dirige a lo que ellos llaman el proletariado: los “explotados” del capitalismo al que atribuyen todos los males de las sociedades modernas. No es difícil convencer en las carencias, ni es complicado atraer el interés de las clases obreras, campesinos, estudiantes, excluidos y desadaptados sociales.
Lo que vemos hoy en Colombia es el progreso de ese trabajo de crochet que se fue tejiendo en los grupos sociales mencionados. Necesitan que el Estado les provea y este sistema se los promete pero no se hacen preguntas más allá de las que les dicta el deseo y la ilusión; el resto lo completa la perseverancia del hábil mentor y por supuesto, las desigualdades sociales que, dicho sea de paso, tienen generalmente su origen en las desigualdades naturales de cada ser humano en términos de aptitud, actitud, intereses y otros.
Pero la realidad es que la sociedad que padecemos es cada vez más desigual y la corrupción ha hecho su mejor trabajo para contribuir enormemente a ello. Ponemos todas las esperanzas en los gobernantes que se han hecho elegir con métodos poco ortodoxos y mucho menos correctos y los elegimos una y otra vez. De manera que las condiciones están dadas. Colombia es el caldo de cultivo y la izquierda es la bacteria que lo aprovecha para desarrollar su potencial devastador.
Ya estamos en la etapa de la desestabilización, la polarización, la corrupción desbordada, las ideologías antisociales y familiares que se han sumado a la insatisfacción casi general con el sistema político imperante. Ya el trabajo de crochet está bien adelantado y contamos con líderes que promueven y estimulan el odio de clases y las insatisfacciones, algunas justificadas y muchas no. Ya los jóvenes han recibido su inmersión teórica y emocional en todas las maniobras que bien conocen y aplican los caudillos de la izquierda que les reafirman, desde el ángulo incorrecto, que sí es posible un futuro mejor en el cual no es necesario el esfuerzo, el estudio ni el trabajo para lograr el cometido.
Ver estas imágenes que les comparto, me hizo rebelar muy fuertemente contra la pasividad y la tolerancia con la que hemos permitido el avance de este sistema del cual no conocemos otro fruto que el fracaso. Me cuestioné sobre la manera en que, a pesar del rechazo, he caído junto con la mayoría del país en la zona de confort de la aceptación y la seguridad que da el ver los toros detrás de la barrera. Cada día es un día menos para luchar desde las formas de la democracia, la ética y el amor contra el país inviable que nos están construyendo ante nuestros ojos mientras nos atamos voluntariamente las manos a la espalda.