Alguna vez dijo José Martí que él tenía dos patrias. Aunque no se refería
a dos países, voy a tomar su frase para contarles mi historia.
La patria primera, la natal, me recibió hace más de siete décadas y me
rodeó del amor inmenso y la alegría de abrazar al primer bebé de una generación
familiar nueva. Llegar a un lugar donde te esperan con ansias y te acogen con
inmensa gratitud es un buen comienzo, un presagio de buenos vientos que te
acompañarían durante tu vida.
No me decepcionó en absoluto ese augurio, visto en retrospectiva. Solo
mimos, amor, demostraciones de cariño, agasajos, complacencias y creo que soy
un ejemplo de que no todo niño complacido en exceso es un adolescente exigente
ni un adulto con ínfulas de emperador o que espera que todo le sea dado. Viví
una niñez ideal pues lo tenía todo: unos padres maravillosos, mamá en casa,
salud, bienestar económico, paseos, amigos y muchos, muchos familiares y amigos
queridos, condescendientes y cariñosos. Creci feliz con la ingenua seguridad de
que así sería la vida en adelante para mi.
La memoria me lleva a sitios paradisíacos como las playas de Cuba, a
viajes emocionantes como las travesías maritimas a las costas de la Florida,
paseos divertidos como tardes en Coney Island, vacaciones aventureras en la
finca de mi padre y sus pueblos cercanos. Me lleva a recordar la satisfacción
de mi familia con mis logros escolares, las tardes y noches de tertulia con mi
abuelo cuando mi inocencia e ignorancia se enfrentaban extasiadas a su sapiencia y su cultura. Humilde
sapiencia que gozaba en compartirla con paciencia infinita que el mismo
saboreaba. Qué importantes eran para mi esas tardes en su casona de la Loma de
Chaple, donde todos los minutos me pertenecian porque mi abuelo disfrutaba el
compartirlos y yo era la dueña absoluta de su amor y de su tiempo.
Recuerdo tanto a mi abuela pre-Castro, consentidora, complaciente,
protectora y amorosa. Nos llevaba antes de entrar al colegio a darnos un baño
corto de mar en el Club y desayunar con croquetas, galletas de soda y una bebida
espesa, dulce, que no recuerdo de qué era ni como se llamaba. Eso no me enseñó
a madrugar pero sí que disfrutábamos de esos paseos cortos y luego nos dejaba
en el colegio con las recomendaciones de rigor y el pedacito de alcanfor en una
bolsita, prendido por dentro de la camisa de uniforme. La menciono como la
abuela pre-Castro porque 37 años después, cuando pudo salir de Cuba finalmente,
era una persona llena de dolor y resentimientos que el régimen sabiamente,
inculcó a los familiares de los “gusanos” como llamaba a quienes “se fueron a
arrastrar a los yanquis”. Perder a su única hija y nietos además de aprender a
vivir en la más absoluta pobreza, debió ser una experiencia que no sabría como
enfrentar y resistir yo misma hoy día. Me duele aún su dolor de madre y abuela.
Miami nos recibió en 1960 con su característica amabilidad y una
solidaridad admirable con nuestro pueblo cubano. Pueblo que llegó a engrandecer
la ciudad con trabajo incansable y el aporte de su tesón y su cultura y ha
transformado la comunidad que los acogió. El pequeño centro vacacional de la
década de los cincuenta, es ahora una ciudad comercial, cosmopolita y de
inversión llamada la “capital” o “puerta de entrada” al Caribe y América
Latina. Allí estudiamos mi hermano y yo en colegios públicos mientras mis
padres lograban aumentar el escaso capital de US$10 de la época con el que se
tuvieron que enfrentar al exilio. Recuerdo esos años como de mucha nostalgia
familiar y material, pero amable por todo lo que nos rodearon y nos hicieron
sentir los muy queridos miamenses.
Un nuevo comienzo nos esperaba en octubre del 63 en Colombia y más exactamente
en su ardiente capital petrolera, Barrancabermeja. ¿Qué recuerdo de esos primeros
meses? El miedo, la diferencia cultural enorme, la amigdalitis mensual, la
sensación de ser el patito feo y raro y la esperanza inmensa de regresar a
Miami o a Cuba para no volver jamás.
Pero humanos adaptables somos, como humanos fueron muchos barranqueños que
nos mostraron su lado amable, solidario y acogedor. Años después de aquel
difícil comienzo, Barranca fue enseñándome el valor de las diferencias y lo
hermoso de la tolerancia primero y la conquista después. Fui feliz allí aunque
me tocó abandonar temporalmente la estabilidad lograda para enfrentarme a un
internado de monjas en Medellín, otra experiencia maravillosa y enriquecedora.
De Barranca conservo lindas amistades y recuerdos, de Medellín mucho aprendizaje
y cariño. Pasé por siete colegios, un record que me iguala con un mal, inquieto
o rebelde estudiante pero fui todo lo contario. La causa de los cambios era
geográfica principalmente.
Me casé hace 53 años con un guajiro colombiano que conocí en Medellín y vivimos
en Santa Marta casi dos años, en Valledupar cinco, en Barranquilla cinco y
desde diciembre de 1983 soy santandereana porque así llaman aquí a quien pisa
tierra de santander. Yo la pisé y me quedé feliz en esta ciudad amable y de
clima mas agradable que todos los anteriores, de gente acogedora, servicial, trabajadora,
de hablar recio y costumbres conservadoras. Aquí creció nuestra familia que ya nos
abandonó para construir la propia pero seguimos aferrados con amor y gratitud a
esta tierra seductora. Para ser justa y honesta, en Valledupar también me sentí en
casa, en familia y fueron cinco años que recuerdo con inmensa gratitud y cariño.
Luego de haber vivido en este país durante 60 años, tengo que agradecer a
Dios y a mis padres por esta decisión que me rodeó de las cosas que mas he
querido y disfrutado en mi vida. Es innegable que el país natal se trae tatuado
en el alma; sus costumbres, gastronomía, cultura, recuerdos, todo ello hace
parte de tu sentir pero doy fe de que se puede también tener una patria adoptiva,
a la cual se ama, se respeta, se defiende y se admira como la primera. Yo solía
decir que era una cubana de ninguna parte, luego una colombiana nacida en Cuba
y ahora me precio de ser una colombocubana de alma, corazón y vida! Nada me haría más feliz que ver y visitar a mi patria natal libre de la dura experiencia socialista y entregar el resto de mi vida a esta nación andina que merece también continuar libre y soberana.
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